viernes, 11 de diciembre de 2020

Reseña de "180º"

Si habéis leído mis 180º, os gustará esta reseña de José Antonio Olmedo López-Amor. Y si no habéis conseguido aún el libro, sus palabras (párrafos, ríos, mares...) quizás os muevan las ganas de adentraros en su geometría (*). ¡Gracias José Antonio!

https://www.todoliteratura.es/noticia/53870/poesia/180-de-elia-saneleuterio:-diario-de-la-vida-nueva.html

Son poemas que han conquistado ya a muchos lectores habituales de poesía, cosa que me llena de satisfacción, pero también se han enganchado a mis versos personas que se dedican a otros menesteres: ¡la misma Marta Hazas lo leyó cuando rodaba el programa Rutas Bizarras y lo recomendó en sus redes sociales! Ojalá estos grados sigan encontrando su cauce, alcancen la temperatura correcta y logren transmitir lo que en indoeuropeo se resumiría con la raíz "deu-2" (bello, bueno, ético, dinámico, fructífero... ¡dinamita!: http://etimologias.dechile.net/?beldad).

(*) El libro lo podéis pedir en cualquier librería (título: 180º;
 de Elia S. Temporal, publicado por Lastura) o directamente en la web de la editorial y os lo envían a casa: https://lasturaediciones.com/?product=180o

jueves, 19 de marzo de 2020

Cuarentena y extinción

No sé si en estas semanas en que se ha parado el mundo conseguiremos acabar con el COVID-19, pero ahora más que nunca tenemos muy fácil conseguir que se extinga otro bicho: 

¡el piojo!

Que mi conciencia ecologista me perdone, pero sin estos parásitos creo que no se acaba ningún ecosistema… ¿O te imaginas una venganza como la de las abejas? (Si ellas desaparecen va detrás el resto de especies…). Algo me dice que no.

¿Cómo acabar con los piojos?

¡Es tan sencillo como evidente! Ahora o nunca.

Si absolutamente ninguna cabeza vuelve al cole con habitantes, la cadena de contagio se romperá para siempre. ¿Una utopía? Pon tu grano de arena y aprovecha la cuarentena para revisar bien a tu prole. 

Y si no tienes buena vista, sabe que la lendrera es la mejor aliada. Asegúrate hoy —y reincide dentro de unos días— de que no habitan ni piojos ni liendres… y si encuentras a alguien, arremángate y tómatelo con calma, que tiempo no te falta. Ejecútalo con ahínco, porque probablemente sea la última vez que lo hagas (tanto entretiene que no faltará quien lo disfrute: es lo que se cosecha con tanto aburrimiento).

Ciertamente, saber que una tarea detestable no va a ser recurrente hace que, sicológicamente, nos empleemos a fondo para darla por cumplida definitivamente. Y os cuento mi historia (podéis pasar directamente a la posdata si no os interesa). La segunda vez que como madre hube de enfrentarme al despiojamiento de mi primogénito fue la última en que fregué —por este motivo, sola y en un solo día— hasta el último rincón: de las nucas a las camisetas, de los suelos a absolutamente todas las superficies horizontales —y verticales—; lavé cortinas, fundas de sofás… bueno, en realidad metí en la lavadora cualquier cosa de tela que hubiera en la casa. Aparte de gastarme una pasta en champús, lociones y todos los milagros químicos pediculicidas —pero no los habidos y por haber, sino solo los “presentes”, pues ya me enteré de que se van prohibiendo cíclicamente para evitar que los bichitos se vayan volviendo tolerantes al veneno—.

La tercera vez en que, para mi desgracia, observé a un indeseable paseando por su cuero cabelludo —“vez” relativamente seguida de la anterior: supongo que este es un dato que influyó— casi me muero solo de pensar en todas las tareas que debía afrontar para salir del paso. Imagino que esta desesperación es la que sienten tantas madres (*) a partir de segundos y sucesivos cuadros infecciosos. Y no me extrañaría que parte del problema de la eterna piojera de la escuela infantil y primaria tenga que ver con el hecho de que no son pocas quienes, ante el riesgo de desfallecer, acaban desneurotizándose —léase “reduciendo el plan de choque contra el animal”, pero también “adoptando la pasividad más absoluta”, y lo digo a raíz de verdaderas plagas de pediculosis que he contemplado atónita en esta vida, sociedades casi organizadas en sindicatos y cuyo nivel de progreso no concibo aún—.

(*) Sobre el uso del femenino hablo en la posdata (aunque soy consciente de que transgredo con ello la propiedad de adecuación, porque ni esto es una carta ni aquella es más breve que el texto).

P. D.: Hombres y piojos

A todo eso, aún no hemos culpado al heteropatriarcado de considerar a la mujer un objeto antiparásitos. Bromas aparte, creo que este es uno de los temas en que todavía no se ha logrado la corresponsabilidad entre hombres y mujeres. Ojalá me equivoque.

Porque, vamos a ver, ¿a ti quién te despiojaba en tu infancia? Yo recuerdo a mi madre, sobre todo, y durante los largos veranos también a mi abuela… con ayuda de mi tía y madrina. De mayorcita, que también los he cogido, me he despiojado yo sola. Increíble. Una vez literalmente sola, en un país extranjero donde no sabía ni cómo se decía “lendrera” (de nada me sirvió, porque en toda la ciudad no había y por Internet el envío tardaba demasiado en llegar…). Cuando te escuece todo solo de pensarlo, si el espejo no alcanza para la inspección, bueno es el selfi. Finalmente, encontré el codiciado tesoro en un establecimiento de lo más raro en San Francisco… Vaya, que a los yanquis no les pican los piojos, por lo visto.

¿Y a tus hijos quién los despioja? Hoy hay negocios que te dan ese servicio… Aunque el verdadero negocio es realmente más amplio, porque las farmacéuticas bien que se forran. Por mi parte, tengo que reconocer que a estas alturas me niego a comprar repelentes o lociones químicas: prefiero lo manual. Claro que también tengo que admitir que, con cinco, a mí me ayuda la niñera. Pero bueno, se llama como yo (cosa que ya es raro…), así que la puedo considerar una legítima sustituta de madre.

La tercera confesión es que desde que tienen uso de razón me niego a que ellos se salgan de rositas: están obligados a pasarse autónomamente la lendrera —si yo puedo, ellos también— y tienen prohibido acercarse a cabezas amigas (supongo que es políticamente muy incorrecto, pero el incentivo es que les doy cinco euros si en un año no cogen piojos y… no todo es malo: ¡gracias a Dios ya llevo muchos billetes bien invertidos en esto!).

Aun después de haber convivido con estos amiguitos tantas veces, no sé si hay algo en el gen Y que te nubla la vista o te hace olvidar el sonido especial uña contra uña: el hecho es que ni mi marido ni nuestros descendientes varones saben en realidad cómo es un piojo, y son capaces de confundir una mota de caspa con una liendre. 

Pero hoy, día de San José, rompo una lanza en favor del padre de mis hijos porque, habiendo tantas otras cosas que hacer en casa, he decir que a corresponsabilidad nadie le gana: ni siquiera los que de boquita dicen ser muy feministas le llegan a la suela del zapato. ¡Feliz día, te lo mereces!


Con todo, no caeré en la trampa de asumir que lo que cada cual ve en casa es generalizable al universo entero, precisamente porque lo que yo tengo más bien parece una galaxia paralela (quienes nos conocen lo saben bien). Por eso, si eres hombre y en tu familia has asumido tú la tarea de despiojar, ¡por favor, deja un comentario! ¡Te mereces una felicitación especial en el día del padre!

viernes, 14 de febrero de 2020

180º

Hoy, 14 de febrero de 2020, se cumplen 15 años y medio del acontecimiento central de mi último poemario, 180º (Lastura, 2019). No es una obra de misterio, ni de química, ni de geometría o geografía. Aunque también. Quienes lo habéis leído lo sabéis; quienes lo leeréis, espero vuestro feedback.
Aprovecho para agradecer la impecable labor editorial de Lidia López Miguel, que confió en este proyecto incluyéndolo en su colección de Mediterráneas. Gracias también a María Teresa Espasa por su magnífico prólogo, y a la Plataforma de Escritoras del Arco Mediterráneo que preside. Y, sobre todo, reitero la dedicatoria de libro:
Para Gonçal,
porque sin sus grados este libro habría quedado congelado
hace quince años
Para mis cinco sobre cero (y entre dos),
porque son la prueba de que lo que vivimos no es solo nuestro